Diario de una vida

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Lo que he aprendido hasta el día de hoy...

domingo, 23 de febrero de 2014

No me pidas que lo olvide...

No me pidas que lo olvide, porque no podría; no me pidas que te perdone, pues, en cuanto lo has dicho, sólo quiero odiarte más. ¿Por qué pedir perdón por una acción tan bonita, que hasta entonces sólo me había atrevido a imaginar? Definitivamente no lo entendía, ¿acaso tienes algo que lamentar?
Ahora entiendo, por qué pedir perdón, por alentar una mentira, por avivar una ilusión; porque después de todo fue falsa, la ilusión, la acción y tus palabras, y es por eso que me pides perdón. Sin pensar siquiera, te dije que sí, que perdonaba tu cruel acción, sin comprender aún que tan cruel era en realidad; que te perdonaba porque somos amigos, y porque te quiero, y eso era lo más natural.
No conforme con eso, desbarataste la ilusión con tus palabras, y con tus palabras pretendes borrar tu acción. Pero yo no soy como tú, y lo que dije ese día lo mantengo aún. Sí, te perdono, pero no olvido lo que pasó en esos dos días, tan diferentes uno del otro, y tan lejanos en el tiempo como en lo que ocurrió.
Uno empezó de manera algo triste, nostálgica, para convertirse en un buen recuerdo, que con el tiempo se ha ido desdibujando, pero que provoca aún la misma sensación; el otro empezó con confusión, que se convirtió en tristeza, y en un quebranto, y una inevitable separación, que aunque continúo con risas que borraron las huellas del llanto, no borran lo que pasó. Y aquí y ahora, sólo queda el ruido sordo que dejó el enojo y la confusión, una amistad que ha sobrevivido a mucho, si es que acaso sobrevivió, y un sentimiento que se niega a morir, aunque se encuentre minimizado por el orgullo y el dolor.

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